ABRIR LA PUERTA. Innombrables, apócrifos y
curiosidades*, de Ramón
Acín
Ramón Acín ha acreditado desde hace mucho tiempo su entrega a la literatura a través de varios medios. Primero desde la docencia, a la que se ha dedicado extensa y profundamente, y luego dirigiendo en Aragón durante muchos años un programa escolar de animación a la lectura que no ha tenido parangón en España, y hablo desde el riguroso conocimiento del fenómeno y con la capacidad de poder establecer las comparaciones que me permiten ser tan tajante. Sin embargo, desde la otra orilla, desde la parte del autor, Acín ha practicado también con fortuna la escritura, tanto en calidad de ensayista como de creador, en este caso en el campo de la narrativa, con numerosos libros: dietarios, colecciones de cuentos, novelas y hasta ficciones destinadas al lector juvenil. Hoy presenta un libro de cuentos insólito que, para empezar, resulta un homenaje a un elemento, el del apócrifo, muy característico de la ficción española a lo largo de la historia.
Empezando por los narradores
de los libros de caballerías –y pienso en esa pomposa voz que “quiere que
sepamos” y que nos va contando el Amadís
como si fuésemos los reyes y los poderosos del mundo- y pasando por el siempre imprescindible
Quijote en el que ya desde el prólogo
hay una voz narrativa que no es la del autor sino la de un personaje, y donde
tanto papel tiene el traductor Cide Hamete Benengeli, nuestra literatura está
cargada de apócrifos: Juan Lamas, el del camisón cagado, o el “fiel de las
putas”, ambos imaginados por Quevedo, enlazan sin disonancia con Jusep Torres
Campalans y los numerosos poetas imaginados por Max Aub, con los machadianos
Juan de Mairena y Abel Martín, e incluso, si se me permite la autocita, con
el Sabino Ordás que de vez en cuando
sigue en contacto con Juan Pedro Aparicio, con Luis Mateo Diez y conmigo, que
en cierta ocasión recopilamos sus “cenizas del Fénix”. Por otro lado el
apócrifo, en lo que tiene de biografía fabulosa, conecta muy bien con ese tipo
de relato constituido por la semblanza de un personaje, en cuya construcción
fue maestro Clarín...
Mas en “Abrir la
puerta” el propio título indica la perspectiva que Acín ha buscado para agrupar
este grupo de personajes que nos presenta: él nos “abre la puerta” para que nos
asomemos, para que fisguemos. Alguien, el narrador que sustituye a Acín, entreabre la hoja de esa puerta y en cierto
modo nos susurra, se dirige a nosotros con discreción, con un punto de vista que a veces es una primera persona que parece tercera, o que
es una tercera que parece primera. Se
trata de una voz confidencial, que tiende a elaborar cierta forma de relato
indirecto, como murmurado. Predomina un lenguaje aparentemente coloquial en una
estructura literaria canónica pero caracterizado fuertemente por la envoltura
verbal que marca un continuo aire de sugerencia. El lector debe imaginar los
aspectos centrales de cada uno de los personaje que el narrador inventado por
Acín nos permite contemplar a través de la puerta entreabierta.
El conjunto del
libro, reúne 12 peculiares semblanzas apócrifas, referenciadas en muy
diferentes espacios. Cioconda la radiante
describe a un personaje femenino, entre cabaretera y cupletista, su vida en
el Paralelo barcelonés y cierto diseño de su biografía en contraste peculiar
con la Gioconda de Vinci. Héroes inmolados nos presenta a cierto suicida en Caracas,
haciendo una reconstrucción acaso imaginaria de su pasado en el que por medio
de insinuaciones y suposiciones derivamos en un final tenebroso. El
protagonista de Lobo solitario, está
obsesionado por un fetichismo mitómano. De
pastor a ganchero, el protagonista de Del
entierro de Estanis, el abacero, es una muestra del imprevisible destino
que puede aguardarnos, entre la fascinación amorosa y las balas perdidas. En Make-up, make-up, make-up, a través de
una estructura que incluye un introito y un colofón y utilizando una voz
indirectísima, se recrea la biografía de un político, sus nobles ascendientes,
la curiosa pasión por la entomología… Amores
locos nos muestra las tumbas de Él y
de Ella; estamos en Paris, en
Nochevieja, conociendo una tragedia
sospechada, muy determinada por la
propia atmósfera del relato. No se puede precisar la santidad de El
Santo Bebedor, personaje contradictorio que es aficionado al hachís y a los licores de hierbas y de higos,
pero conocemos su permanente huida. En “Petite
mort” La mueca de Tanatos, unas
hermanitas del pecar son nuestras informantes, y se construye una especie de
biografía beatificada en la que se conjugan el amor y la muerte. Un espacio llamado El ocaso nos lleva a
determinados lugares para un parque temático y determinado monumento
hablándonos, a través de un alcalde, de
asuntos que están muy de actualidad… Y en Defensa del maestro, mediante la presentación de las ruinas de ocho aldeas asoladas, vienen a coincidir los
pecados de los ancestros con los actuales enfrentamientos vecinales. El último
relato, Y al final, como todos, él dijo
guau, de nuevo una mirada voluntariamente indirecta, la del encargado de su
educación, su tutor, vamos conociendo al protagonista a través de innumerables
ejemplos de seres semejantes.
El sarcasmo es la principal
materia nutricia de todos estos cuentos, desde una curiosa voz en la que, como
señalé, la naturalidad de la expresión
coloquial se entrelaza con la descripción literaria y va desarrollando el texto
sin rigidez, abierto continuamente a una especie de “flujo de memoria” que
también lo comunica con la crónica –en algún caso, el propio relato aparece
como una reseña de prensa-. Cada personaje se crea o se recrea mediante
alusiones, y esa perspectiva indirecta, a la que me he referido a lo largo de
esta reseña, le da al libro una indudable originalidad, construyendo una
especie de panorama “objetivo” de personajes, en que el narrador deja al criterio del lector
el juicio definitivo sobre sus cualidades y circunstancias, en una especie de
humorístico “behaviorismo”.
José María Merino
*
Ediciones Traspiés, Granada, 2013