domingo, 6 de noviembre de 2011

MUERDE EL SILENCIO EN NOTAS DE JOSÉ ÁNGEL GARCÍA LANDA



Vanity Fea: Blog de notas de José Ángel García Landa (Biescas y Zaragoza) - Noviembre 2011

Sábado 5 de noviembre de 2011

The Abandoned Village

Es un poema de Goldsmith, The Abandoned Village, y todo un motivo literario. El éxodo rural—parte de la Gran Historia, de la única gran historia que incluye todas las demás. Una parte importante, pues es la que representa el paso de la tradición agrícola a la modernidad urbana. El éxodo rural es hacia la ciudad, y hacia el futuro ya contenido en el presente, alejándonos del pasado también contenido en el presente.

Es en parte la historia a la que aludía el otro día a cuenta de Aparajito, de Satyajit Ray. Hoy a cuenta de Muerde el silencio, novela de Ramón Acín—colega de mi facultad al que no conozco, y casi vecino también, del Valle de Tena, si es que Biescas está en el valle de Tena, que hay opiniones al respecto—desde luego, el valle empieza o termina en Biescas, inclusive o no.

Supongo que a quienes venimos de los pueblos nos interesa especialmente el éxodo rural. Y de eso va en parte Muerde el silencio—también de todas las historias entrecruzadas y destinos de la gente del pueblo, una red de memorias y de vidas que se desteje o pasa al olvido cuando los pueblos se abandonan. También cuando no se abandonan, hay que decir—poco más de una generación duran estos saberes y recuerdos mutuos. Pero la desaparición es más vívída cuando va unida a la desaparición o transformación radical (tanto da) del pueblo, a la ruina de la casa, a la demolición de los rincones conocidos. Una vieja pared que se tira deja un espacio desacralizado, quita el misterio que iba unido a los recuerdos desde la infancia. Se fue, y no hay nada. No había nada detrás. De eso pasa mucho en la modernidad, que a veces destruye construyendo. En el Pirineo, el pueblo que no se queda vacío suele volverse irreconocible a base de demoliciones y urbanizaciones. Si el pueblo no queda abandonado, o reconstruido, también queda abandonado de todas maneras, pues es el pueblo que abandonamos.

El éxodo del pueblo cambia de sexo en la novela, y es la historia de Angelina, que se va de su pueblo a finales de los sesenta, para casarse con un ingeniero hispano-alemán, hijo de un nazi por más señas, y no volverá al pueblo hasta verlo irreconocible.

"La desaparición era realidad. El pueblo no era el pueblo. Pocas casas permanecían en pie según la fotografía que Angelina tenía impresa en su memoria. Las casas, perdida su antigua fisonomía, presentaban el esquema repetido que destila un diseño único. La esencialidad unívoca con la que, cuando el pueblo aún era pueblo, cada familia solía impregnar sus posesiones y edificios, había desaparecido. Los callizos y medianiles habían sido eliminados. Las antiguas callejas ofrecían un remozado ensanchamiento a costa de cuadras y dependencias secundarias como zolles y casetas. Los huertos no acogían el colorido de las verduras, legumbres o frutas de antaño, porque, en su totalidad, se había convertido en verde jardín artificial.

La sensación apiñada de antaño, donde unas casas se amparaban o sostenían unas a otras, ya no existía. Al contrario, lo que veía Angelina desde el solar de su Casa era el aislamiento buscado de la correcta convivencia residencial. Su conjunto, menos compacto e irregular y, sin duda, más habitable, no contenía el calor humano de épocas pasadas. Su pueblo, aunque llevase el nombre, era un pedazo de ciudad. Un fragmento de dormitorios transplantados al Valle. Sin vida, pese a estar habitado masivamente en la época estival y pese a la estampa de vida permanente.

Mirar hacia los campos de labor, prados y montes para el ganado, tampoco mejoró su sensación de disgusto. Apenas quedaban vestigios de los pequeños pedazos de tierra, marcados y delimitados en sus márgenes, con el mmo de paredes de piedra o por una vegetación nacida en libertad. La placentera panorámica de su niñez, había desaparecido. La inmensa alfrombra verde y marrón, confeccionada por los múltiples retales de campos y prados, no existía. En su lugar, una gran sábana verde, sin gracia y desprovista de vegetación. Los campos de labor y los prados, antaño corazón y pulmón del pueblo, eran redil de golfistas o recorridos para gimnasia de mantenimiento. Tampoco quedaba rastro de la concentración parcelaria que el Estado hizo tras la expropiación, intentando una explotación moderna.

Era una realidad: La vida de verdad había sido sustituida por la ficción de las horas de asueto. El pueblo no contenía vida, contenía placer fungible, comprado y consumido por personas desconectadas del alma del Valle. El hermanamiento con la naturaleza se había traducido en ocupación y sometimiento.

El pueblo y el Valle eran tan ajenos como las personas que en él, con el atractivo del pantano, habían levantado nuevos edificios o remodelado antiguas construcciones. No tuvo duda: allí no latía la historia. Lo que estaba viendo era otra cosa. Incluso el aire que respiraba ale pareció diferente. Más seco, menos nutritivo.

'El pueblo es un barco varado y desarbolado en la costa de la muerte. El tiempo lo ha desguazado lentamente y en silencio, hasta hacerlo irreconocible', pensó.

Angelina, disgustada por cuanto veía, consideró que ella, pesea a todo, era la menos indicada para pedir cuentas. Fue de las primeras en firmar la expropiación forzosa dictada por el gobierno, y también, la primera en cobrar la indemnización ofrecida por los tasadores del Esstado. Cuando aquello sucedió, Angelita, su madre, ya no vivía. Acababa de morir. La muerte le facilitó las cosas. De no fallecer, seguro que hubiese sido diferente. O, como mínimo, más ardua la negociación. Además, lo pensó siempre, habría tenido que pechar con el remordimiento, porque no le cabía duda que la decisión habría llevado a su madre a la tumba".
(Muerde el silencio, 170-71)


Es la manera en que la modernidad se escribe en las vidas de las gentes y de los pueblos, dándoles forma, si no deshaciéndolos, transformándolos súbitamente. Somos víctimas, y beneficiarios, de una fase acelerada de la historia, un presente con jet-lag, que aún está buscando el pasado de donde salió y que ya no guarda a veces ni los signos mínimos de continuidad consigo mismo que cabría esperar, y eso nos enfada y desorienta. La alternativa a la modernización, es la que aparece en la canción de Francis Cabrel "Carte postale"—otra historia del pasado desaparecido, deshauciado y al que se le ha echado el candado para siempre. No sé con cuál me quedo, con ninguno, supongo, pero la historia ya elige por nosotros, y a través de nosotros.

Carte postale

Allumés les postes de télévision
Verrouillées les portes des conversations
Oubliés les dames et les jeux de cartes
Endormies les fermes quand les jeunes partent
Brisées les lumières des ruelles en fête
Refroidi le vin brûlant, les assiettes
Emportés les mots des serveuses aimables
Disparus les chiens jouant sous les tables
Déchirées les nappes des soirées de noce
Oubliées les fables du sommeil des gosses
Arrêtées les valses des derniers jupons
Et les fausses notes des accordéons
C'est un hameau perdu sous les étoiles
Avec de vieux rideaux pendus à des fenêtres sales
Et sur le vieux buffet sous la poussière grise
Il reste une carte postale

Goudronnées les pierres des chemins tranquilles
Relevées les herbes des endroits fragiles
Désertées les places des belles foraines
Asséchées les traces de l'eau des fontaines
Oubliées les phrases sacrées des grands-pères
Aux âtres des grandes cheminées de pierre
Envolés les rires des nuits de moissons
Et allumés les postes de télévision
C'est un hameau perdu sous les étoiles
Avec de vieux rideaux pendus à des fenêtres sales
Et sur le vieux buffet sous la poussière grise
Il reste une carte postale

Envolées les robes des belles promises
Les ailes des grillons, les paniers de cerises
Oubliés les rires des nuits de moissons
Et allumés les postes de télévision
Allumés les postes de télévision

viernes, 3 de junio de 2011

SIEMPRE QUEDARÁ PARÍS (blog librosyliteratura.es)




(Susana Hernández)

En esta ocasión lo tengo fácil amigos. He compartido la lectura de este libro con mi hija, ya que ella lo tenía como lectura obligatoria en literatura, (4ª de la ESO), al tiempo que en sociales estudiaban esta época de la historia de España, realizaban un viaje a los campos de refugiados de españoles en Francia, y finalmente tenían un estupendo encuentro con el autor.

En el trabajo que ha realizado sobre el libro, casi treinta folios (a mano), su profesora le ha dado una altísima puntuación. Así que, como si se tratase de un “recorta y pega”, y con el permiso de todos ustedes, ella hará hoy mi reseña:


"El autor de esta novela nos habla a través de un narrador omnisciente, y haciendo un larguísimo flash back, de un grupo de valientes que, tras perder la Guerra Civil española, siguieron desafiando a ese ejército vencedor dirigido por un dictador que robó sus sueños republicanos.

Hombres que ganaron una Guerra Mundial, como dice la contraportada, pero que perdieron por dos veces su propia guerra, y con ella su tierra, su familia, y hasta su historia.

En el libro descubrimos cómo para algunos hombres, poco a poco, todo comienza a escasear: la comida, la munición…, pero también la esperanza de recobrar la libertad.

Los maquis han pasado a la historia como personajes míticos a los que, gracias a narraciones como esta, hemos podido ir conociendo. Ramón Acín los ha acercado a nuestro entorno, como en este caso ha sucedido con el recorrido que hace por el Pirineo, pues el autor nos ha descrito, con gran lujo de detalles, las pardinas, los valles, los cortados y los bosques, dándonos una perfecta ambientación de lo dura y solitaria que debió ser la vida de estos hombres y sus familias.

Los personajes que nos presenta son duros, como la novela, fríos y valientes, pero también conmovedores, porque así es como debe resultar de la historia. Y es por eso que hoy veo como héroes a Villacampa, Mantalé, El fusilao, …, todos ellos personajes que he descubierto en “Siempre quedará París”, gentes que hasta hace muy poco habían sido maltratados o silenciados por la historia y que el autor nos presenta de una forma atractiva, nos acerca a su indignación que poco a poco se va convirtiendo en una autentica desesperanza de la que nos vamos contagiando.

Nos transmiten el dolor por los compañeros fusilados o encarcelados por los fascistas. Ese dolor, también presente y constante en aquellas mujeres que de la noche a la mañana, sin nadie saber por qué, vestían de luto por la llegada de noticias fatales. Isabelle, Elvira, Luisa… Todas ellas mujeres muy importantes que de no ser por relatos como este la Historia habría olvidado. Mujeres que sufrieron por sus novios, maridos o hijos, y a las que la tortura, la cárcel y la marginación las acompañaron ya durante toda su vida.

El autor me ha hablado, desde las páginas de su libro, con la visión de esa generación que todavía guarda un profundo dolor por el obligado silencio durante la dictadura.

Y es que Ramón Acín nació en ese Pirineo que tanto debe amar y tan bien nos describe, en el año 1952, sí, en esa época en la que parece que todo era silencio.

Este libro es un poco difícil de leer al principio. Estamos poco acostumbrados a libros en los que las descripciones sean tan extensas y exactas, esto hace avanzar la historia muy lentamente, pero se compensa con la emoción que transmite, en especial en pasajes que realmente te hacen vibrar, como la narración de los sentimientos de Villacampa, protagonista del relato, por la muerte de Montalé. La segunda parte del libro me ha gustado mucho y la he disfrutado de verdad hasta el final.

Cada una de las partes del libro comienza con citas de personajes ilustres, son citas que nos hablan de la lucha por la libertad y que de alguna manera nos anuncian lo que encontraremos. Los títulos de cada uno de los capítulos también nos ayudan a situarnos muy bien tanto en el espacio como en el tiempo.

Ha merecido la pena el esfuerzo de leer este libro porque es una forma muy interesante de conocer la historia, descubrir esos pequeños actos que los personajes van realizando y que les sirven para ponerlos en paz con sus muertos, con aquellos a los que, como diría Villacampa, no solo morían como perros, sino que enterraban como perros, lejos de cualquier tierra sagrada o amiga.

Cosas tristes y desgarradoras que duele leer pero que forman parte de la historia de España, de nuestra historia, una historia que debemos conocer, para que, con este pequeño acto de conocimiento, podamos colaborar en dignificar a aquellas personas que dieron su vida por un sueño de libertad".

Laura Carrera Hernández

miércoles, 13 de abril de 2011

EL CASO DE LA COFRADÍA en la Revista CULTURAMAS.



El caso de la cofradía,de Ramón Acín. Madrid, Oxford, 2010. 240 pp.

Por José R. Cortés Criado, en Revista Culturamas.

El caso de la cofradía es una buena novela juvenil, de aventuras, intriga, amistad, miedo… Se trata de un relato de calidad donde no hay descanso para los dos protagonistas. El inicio es sobrecogedor, Martina y Fabiano están atados en un lugar desconocido, está claro que los han secuestrados, pero no saben ni el motivo ni la razón de tal hecho.
Desde que abren los ojos en aquella caseta todo se reduce en huir de no se sabe quién, sospechan que están en pleno desierto de los Monegros e intuyen la manera de llegar a la civilización y buscar ayuda para solucionar el problema.
Mientras huyen recuerdan su primer encuentro, cada uno reflexiona sobre su vida, sus amigos, e intentan saber quién los tiene secuestrados y por qué. En el transcurso de la historia se mezclan actos de xenofobia y de trata de blancas.
Por un lado está la cofradía donde ambos tocan el tambor y ella sabe que no es bien aceptada por ser extranjera, es rumana; además, cierto día se encontró con un antiguo compañero de estudios que se dedica a la explotación sexual de mujeres; ella sospecha tanto de sus colegas cofrades como de sus compatriotas y en esa búsqueda de la verdad, la trama conduce al lector hasta el final, que llega con un rápido desenlace; pero no porque la policía dé por cerrado el caso esta historia nos dejará relajado, ya que crea gran incertidumbre en el lector al recordarle que sobre las paredes del instituto apareció esta pintada: “No penséis que bajamos la guardia”
Seguro que los jóvenes lectores disfrutarán de su lectura por es una obra interesante, rápida de leer y repleta de acción, estructurada en tres partes, con veintiún capítulos breves, cada uno con su correspondiente título y un epílogo, con ocho capítulos numerados.
Ramón Ancín da muestras de su buen hacer literario y recrea algunas citas como el famoso cuento de Monterroso: “Cuando despertó el dinosaurio todavía estaba allí”, o nos cuenta historias de santos como la de San Frontonio y San Celedonio o cita a Julio Llamazares y La lluvia amarilla.