lunes, 4 de mayo de 2015

RESEÑA en la Revista TURIA (José María Ariño)

REGRESO AL PARAÍSO PERDIDO
                                                     Por José María Ariño Colás
         ¿Quién no ha evocado con frecuencia las vivencias nebulosas de su infancia? ¿Quién no ha regresado a su Ítaca natal para reencontrarse con los demonios familiares y recomponer el puzle caótico de su vida pasada? Eso es lo que nos propone con su habitual maestría el escritor aragonés Ramón Acín (Piedrafita de Jaca, 1952) en su última novela Ya no estoy entre vosotros. El escritor y crítico literario oscense continúa su camino ascendente como narrador con esta novela densa, profunda y sugerente. La introspección en el ser humano, el peso de los recuerdos, la vida y la muerte son motivos que  ya estaban presentes en La marea (2001), Siempre nos quedará París (2005) o Muerde el silencio (2007).
            La muerte de la matriarca de la familia Alba, una centenaria abuela que ha gobernado la casona con autoridad durante las últimas décadas, reúne a numerosos familiares y allegados en torno a su ataúd. La larga noche de velatorio tiene como protagonista a Ramón, su nieto preferido. Durante estas horas tediosas e incómodas, Ramón reflexiona sobre la vida, la muerte, el paso del tiempo, el paisaje del Pirineo aragonés y la cada vez más exigente tarea de escritor. Es una larga velada de reencuentros trufados por el recuerdo de la infancia en la cada vez más deteriorada casona. Esa mansión que, al igual que la abuela, ya ha perdido todo su antiguo esplendor: “Sí, la casona y su alcurnia secular están igual de consumidas que tú, abuela” (p.13). El protagonista reconoce este cambio de identidad, esta inevitable carcoma del paso del tiempo que transforma a las personas y las aleja para siempre del hogar que les vio nacer. La ambigüedad del título – ya no está la abuela y tampoco se reconoce a sí mismo el nieto – da paso a una serie de reflexiones que entrelazan el pasado con el presente y dejan abierta una gran incertidumbre para el futuro.
            La  novela se caracteriza por un tempo narrativo lento. En ella el monólogo se entrecruza con el diálogo con la difunta que recuerda al nieto vivencias del pasado o le reprocha actitudes casi olvidadas. El río caudaloso de las evocaciones de la infancia y juventud de Ramón se enriquece paulatinamente con nuevos caudales de vivencias lejanas y nebulosas. Porque, aunque “el río de la vida todo lo arrastra” (p.48), aún quedan rescoldos agridulces de experiencias infantiles y primeros escarceos amorosos. El reencuentro con su prima Elisa supone una vuelta más a las vacaciones estivales en la casona y al hervidero infantil que alborotaba la casona durante las Navidades. Porque Elisa, al igual que tantos niños de la década de los sesenta,  también inició un camino sin retorno fuera de España: “Soñaba con vivir lejos, muy lejos de la casona. Y, al final, se salió con la suya. Escapó de la rigidez de los Alba. Y de la abuela” (p. 49). La introspección del protagonista recorre como una columna vertebral esas horas de velatorio marcadas por el contraste entre el silencio gris de la alcoba y los chismorreos de los familiares y amigos de la difunta.
            Pero el paraíso perdido no es sólo la casona. Es un entorno natural privilegiado e inhóspito que rodea a esta ciudad de provincias. Así, la Sierra Pelada se convierte en mudo testigo de los crudos inviernos y de los rigores del verano: “Cuando el sol y su intenso amarillo dan de lleno en Sierra Pelada, la ciudad sufre los sofocos del bochorno” (p. 79). Una ciudad detenida en el tiempo, varada como un barco en el agrisado mar de la memoria. A ella regresa Ramón para evocar el pasado y, como Julio Llamazares, Giménez Corbatón o Severino Pallaruelo, se deja dominar por la nostalgia. La presencia de nuevos personajes – como Pilina, Julita o Jacinto el loco – agudizan paradójicamente la soledad del protagonista, que se siente aislado en su isla secreta como un nuevo Robinson Crusoe.  Ni la presencia casi inesperada de sobrinos, primos y algún que otro amor platónico logran alejar el fantasma de la soledad. Todo lo contrario. La casona arrastra a Ramón hacia submundos ingratos y le lleva a identificar el paraíso perdido con una oscura y lóbrega cárcel.

            Uno de los aspectos más importantes de la novela, y tal vez el más autobiográfico, es sin lugar a dudas la reflexión del autor puesta en boca del protagonista sobre la literatura y el oficio de escritor. La presencia de uno de sus jóvenes sobrinos enamorado de las letras despierta en Ramón una retahíla de reflexiones llenas de escepticismo sobre la creación literaria y sus inevitables servidumbres: “La literatura duele, emborracha, divierte, sana, te vuelve loco, a veces te da algún dinero, te inyecta envidias desconocidas, te hace odiar, te aniquila… Literatura es dialogar y amar. Amar y sufrir. Sufrir y vengarse” (p. 112).  Estas reflexiones van de la mano con otras tan universales como el paso inexorable del tiempo, la vida y la muerte. El protagonista califica a la vida como un cuento, una locura y una mierda e invita a su sobrino a vivir el presente e intentar ser feliz. Una actitud decepcionante que brota de la soledad y el fantasma de la muerte que pende sobre todos como una espada de Dámocles.
            La novela avanza al mismo ritmo que el velatorio. Y concluye poco después del entierro de la abuela. De este modo, las últimas páginas nos ofrecen a modo de epílogo unos sentimientos del nieto envueltos en una extraña orfandad. El recorrido final por una casa vacía y huérfana, la contemplación del arcón de nogal, el poso amargo de los muebles o la contemplación de documentos antiguos o fotografías amarillentas, aceleran la desmitificación de la estirpe de los Alba y el derrumbe definitivo de la casona que ya no es un regazo o un paraíso, sino un pozo de desolación: “Es la visión fantasmal pero cierta, de que cientos de años se han extinguido en pocos segundos. O de que a la centenaria prosapia del apellido Alba no le queda ni un ápice de cuanto este fue” (p.184).
            Desde el punto de vista formal y estructural, hay que destacar en Ya no estoy entre vosotros la adecuada documentación con notas que comenta el editor a pie de página, la original entrada de cada uno de los dieciocho capítulos y esa prosa ágil, concisa y zigzagueante que facilitan la lectura de una novela que invita a la reflexión y nos acerca una vez más al mejor Ramón Acín. 

Ramón Acín, Ya no estoy entre vosotros, Zaragoza, Mira Editores, 2014.
Turia, nº 113-114.