CUANDO ES LARGA LA SOMBRA, de Ramón Acín
Ramón Acín nos muestra su certera visión del
mundo de la cultura y de la literatura en la obra Cuando es larga la sombra, y
el panorama que describe resulta descorazonador: la cultura ha pasado a ser un
producto más de la sociedad de mercado, el lector es mero consumi-dor, no
existe un canon artístico, el libro ha perdido su papel hegemó-nico frente a
las nuevas tecnologías, la novela actual es un ejercicio de autoanálisis que
rinde pleitesía al yo, el escritor es un obrero de la
pluma, la función del crítico ha desaparecido,
las editoriales venden sus artefactos a golpe de pu-blicidad… Acín desarrolla
éstas y otras cuestiones y Cuando es larga la sombra se convierte en un
soberbio ensayo que analiza de forma ágil, amena y didáctica los problemas que
aquejan a nuestra literatura. Es una crítica clara y feroz a la cultura de
mercado, un texto que defiende la LITERATURA.
La cultura se ha democratizado y esto, per se, no
es malo, aunque tampoco puede afirmarse que sea bueno. Hay que ofrecer
productos que lleguen a una amplia diversidad de personas, por eso la cultura
ha rebajado su nivel con el fin de resultar accesible para la mayoría: un
público sin dema-siado criterio y poco exigente que se conforma con lo que le
echan. La cultura ha dejado de tener una función formativa, se mueve por
intereses puramente comerciales y busca, ante todo, ser eco-nómicamente
rentable. Una buena novela es una novela que se vende por millares, es la más
com-prada, al margen de su calidad literaria, desdeñando su contenido y, a falta
de un canon literario, cualquier texto puede obtener el calificativo de
literario. También el crítico se ha adaptado a los nuevos tiempos, el juez
justo que ilumina al lector con su verdad literaria se ha convertido en un
simple comentarista al servicio de la propaganda, no de la literatura.
Un literato no es la persona que escribe bien,
con mayor o menor grado de excelencia. El escritor actual se valora más por su
fama, por su éxito y por su capacidad de generar ventas, que por su habilidad
al provocar emociones o suscitar reflexiones. La cantidad de obras vendidas se
equipara al valor literario. Tanto vendes, tanto vales, es la máxima que se le
aplica al autor, de manera que vender, y no escribir, es el objetivo. La obra,
ante todo, ha de ser rentable porque las editoriales son parte de grupos
económicos que dedican sus esfuerzos a obtener beneficios, que manejan el
mercado, crean cultura, influyen en ella, venden productos y realzan el valor
de los mismos con su prestigio.
Y llegamos a la última pieza del engranaje, al
lector. En las escuelas no se enseña a leer. Leer es algo más que interpretar
signos, requiere capacidad de abstracción, juicio analítico, comprensión del
texto, y en las aulas no se fomenta este tipo de lectura. Leer no es una tarea
escolar más. Leer es gozar de una actividad íntima y placentera, es abrir la
mente para contemplar el panorama que el libro nos muestra, es aprender,
sentir, pensar… Y la mayoría de nuestros estudiantes no sabe leer de esta
manera. Buena parte de los lectores escoge libros que le diviertan, que le
alejen de la rutina cotidiana, las editoriales lo saben, los escritores lo
saben y así la «literatura» se llena de obras endebles, de palabrería vana que
no ahonda en ninguna cuestión. Porque la reflexión, la maduración de una idea,
requiere tiempo, y es precisamente tiempo lo que nos falta, pues el mer-cado de
la oferta y la demanda exige rapidez, variación constante. El resultado es una
literatura bastarda, de apariencia artística pero privada de los aditamentos
esenciales que harían de ella arte, creación.
Ramón Acín no vislumbra un final feliz, yo le
propongo consuelo con las palabras de Bécquer: «Po-drá no haber poetas, pero
siempre habrá poesía».
© María Dubón http://dubones.blogspot.com.es