¿Narrador o
erudito?, Por Luis Borrás. CULTURAMAS
Ramón Acín. “Abrir la puerta”,
122 páginas. Traspiés. Granada, 2013.
Ramón Acín es un autor reconocido en Aragón y tal vez poco conocido en el resto
de España. Ha publicado libros de relatos, dietarios, novelas y ensayo
literario en diferentes editoriales y ahora Traspiés, la editorial de Granada,
dentro de su colección “Breves” al cuidado de Miguel Á. Cáliz, publica este “Abrir
la puerta”; una colección de once relatos que Acín ha subtitulado: (Innombrables,
apócrifos y curiosidades). El origen de esta colección lo imagino como el
reconocimiento a su larga trayectoria como escritor al concederle el editor,
sin cortapisas ni enmiendas, completa libertad para publicar el libro que Acín
ha querido. Y amparándose en esa libertad ha reunido once textos eclécticos que
en ocasiones son relatos –más o menos- estrictos y en otras adquieren la forma
de ensayo histórico o erudito, carta pública o desmentido anónimo, artículo
periodístico, “curiosidad”, y en mayor medida biografía real o “apócrifa”.
De esos once textos a mí me parecen realmente excelentes cuatro: “Cioconda,
la radiante”, “Héroes inmolados”, “Del entierro de Estanis, el
abacero” y “Amores locos”. Y para mí lo son porque en esos cuatro
Acín, sin renunciar a su personalidad, se dedica más a narrar una historia que
a la alquimia literaria. Mención aparte merece el último: “Y, al final, como
todos, él dijo guau”, un cuento que es un trampantojo, un habilidoso juego
en el que nos engaña desde el principio haciéndonos creer otra cosa de la que
realmente es. Yo empecé a sospechar algo cuando descubrí la primera pista, y
reconozco que me divertí buscando referencias en Google y en la Wikipedia. Un
relato ingenioso en el que demuestra su gran sabiduría sin llegar a empachar.
Porque es precisamente cuando esa sabiduría se convierte en excesiva
erudición narrada de una forma abstrusa cuando se produce la indigestión.
Supongo que sucede porque a veces los escritores cometen el error de
convertirse en catedráticos dando una conferencia y se olvidan de que delante
no tienen a un pequeño auditorio de licenciados pelotas que esperan convertirse
en doctores -y que se romperán las manos aplaudiéndole aunque no hayan entendido
nada- sino a simples lectores. Yo soy un pobre mortal que sacó un cinco en la
selectividad y estudió la carrera equivocada, un lector que espera de un relato
otra cosa que no sea una soporífera conferencia o un laberinto en el que
internarse buscando al Minotauro. Ya estoy mayor para caer en complejos de
inferioridad y callarme por no querer pasar por un ignorante con el paladar
atrofiado. No voy a buscarle los tres pies al gato; si un escritor quiere
convertirse en el repelente niño Vicente allá él, su ombligo y sus experimentos
literarios con gaseosa. Y no lo entiendo más que nada porque Acín es capaz de
escribir un excelente relato en claroscuro como “Amores locos” cargado
de lirismo trágico sin caer en el empandullo farragoso de “El santo bebedor”
o “Defensa del maestro o discurso sobre desiertos en la selva humana”.
En “Petite mort la mueca de Tánatos” insiste en esa tonalidad y acento
enredador, pero deja destellos de un personaje y un escenario atrayentes sin
caer del todo en lo enmarañado y su embriaguez, pero sin librarse del todo de
él. Y al contrario, en “Lobo Solitario”, resulta transparente y claro,
pero más que un relato lo veo como una reflexión sobre “el sufrimiento
gozoso” de la mitomanía. Lo mismo sucede en “Un espacio llamado ocaso”
y “Make-up, make-up, make-up” que más que relatos se tratan de un
irónico artículo de opinión o de un panfleto político en clave.
Me gustaría que un autor me diera una explicación convincente de por qué a
veces se empeñan en querer marear al lector. No quiero pensar que pretenden
hacerle creer que es un idiota que no entiende la alta literatura; más bien
quiero imaginar que a veces sin maldad, pero con evidentes perjuicios para
nuestra búsqueda del placer, se les va la pinza y las manos por demostrar que no
son simples buhoneros o cuentistas. Y me encantaría entenderlo porque Acín en “Amores
locos” consigue ese equilibrio necesario y difícil entre belleza y
misterio, sofisticación, extrañeza y sentimiento que no resulta incómodo ni
necesita –para apreciarlo-de un doctorado en filosofía clásica o literatura
comparada.
Y lo mismo sucede con esos otros tres relatos extraordinarios que pueden
considerarse falsas biografías auténticas; la semblanza apócrifa o no -eso da
igual- de unos personajes perfectamente posibles, personas que formaron parte
de la Historia (con H) con su particular y minúscula historia (con h), ninguno
–como nosotros- tendrá su entrada en las enciclopedias, ni en las de papel ni
en las electrónicas. Acín recupera en “Cioconda, la radiante” a Luisa
que “con apenas diecisiete añitos huyó de Sobrepuerto. Con una mano delante
y otra detrás. Y sin embargo, seis meses después ya reinaba en el Paralelo, y
toda la bohemia noche tras noche se rendía a sus pies, a la par que hacía
babear a los más noctívagos de la rancia burguesía catalana”. Esa historia
es apenas un par de apuntes biográficos, pero no necesita más, cuenta lo
imprescindible y le añade un interesante paralelismo que no resulta –esta vez-
elucubración pedante. En “Héroes inmolados” parte del suicidio de un
hombre desde lo más alto de una torre de Caracas para, a través de una
investigación periodística -con todo lo que eso tiene de verdad y oportunismo-
recrear la vida de un anarquista aragonés exiliado en Venezuela después de la
Guerra Civil. Y en “Del entierro de Estanis, el abacero” –que es sin
lugar a dudas mi favorito- cuenta la historia de un pastor de Monteflorite que
llega a Tortosa como almadiero, su amor y su tienda, su muerte absurda y el
porqué quería que su ataúd fuera de pino; un relato que está a la altura de los
mejores de Jesús Moncada. ¿Por qué no puede ser siempre así? Ya se que no es lo
mismo ser uno que otro, pero yo prefiero mucho más al narrador que al erudito.
Con uno disfruto, el otro me resulta cargante