sábado, 14 de febrero de 2009

MUERDE EL SILENCIO

“La historia de tres mujeres a lo largo de casi 100 años en los que sufren la vida de la montaña desde la nostalgia, la alegría y la tristeza. Todo ello, con un fondo tejido con los acontecimientos claves de la historia de España del siglo XIX y XX, desde la guerra de Cuba hasta el Desastre del Barranco del Lobo en África, pero siempre anclado en el paisaje del Pirineo”. Eva Orué. Divertinajes.com

Progreso y tradición se enfrentan en “Muerde el silencio”, de Ramón Acín Los acontecimientos del Pirineo y España se muestran a través de una familia del Valle de Tena Ramón Acín ha situado en las tierras de su infancia y adolescencia la lucha entre las costumbres y la modernidad, para lo que se ha servido de la historia de una familia que quiere mantener intacto el mundo tradicional, el futuro y los cambios que conlleva. Todo ello ocurre en el Valle de Tena, aunque Acín aclara que “podría ser cualquier otro porque las anécdotas no son exclusivamente de este valle”. El escenario es “el Pirineo en sí mismo”. HUESCA.- En “Muerde el silencio”, último título publicado de Ramón Acín, el Pirineo altoaragonés se convierte en escenario de uno de los conflictos más antiguos que existen: la contienda entre la tradición y el progreso. Ramón Acín (Piedrafita de Jaca, 1953), doctor en Filología en la Universidad de Zaragoza, catedrático de Lengua y Literatura y autor de una veintena de obras, ha situado en las tierras de su infancia y adolescencia esta lucha entre costumbres y modernidad. Para ello se vale de la historia de una familia del Valle de Tena, más concretamente de la abuela Ángela, la madre Angelita y la nieta Angelina y del papel simbólico que cada una de ellas representa y que, respectivamente, es el del mundo tradicional, las ganas de mantenerlo intacto y el futuro y los cambios que lleva consigo. El libro supone la visión de alguien que ha pasado por los dos momentos por los que discurre la novela: el cambio y la tradición. En palabras de su autor, es “cómo esa persona vio el paisaje y el paisanaje de la zona en el pasado y cómo lo ve ahora, habiendo pasado 60 años entre un momento y otro”. Los tres protagonistas sumados conforman a su vez otro personaje, que recorre la historia de España y del Pirineo oscense. Así, tenemos constantes referencias a acontecimientos del siglo pasado como son la Guerra Civil o la de África. Estos acontecimientos pasados y la gente que nació y creció en los valles pirenaicos se ven desplazados al morir el último juez de paz del pueblo. “Aquí aparece el color negro en la novela. Empieza el negro futuro que se cierne sobre la vida tradicional”, afirma Ramón Acín. Es en este momento cuando la vida tradicional pierde otra de sus figuras representativas, que es reemplazada por la llegada de las obras hidráulicas y lo que se concibe como destrucción de su hábitat tradicional. Además, los antiguos habitantes deben enfrentarse a otro desafío: la llegada de “las golondrinas, que llegan con el verano y desaparecen con el invierno”. Estas golondrinas no son, ni más ni menos, que “los turistas, los veraneantes, los que tienen segunda residencia en el Pirineo”. Ellos son los que cambiarán la forma de vivir en el valle, sus tradiciones, sus historias y su memoria. La casa ya no será más el eje de convivencia y los vecinos del pueblo, en el que antaño se conocían todos, se convierten en seres extraños, “anónimos” con la llegada de estas “golondrinas”. Todo ello ocurre en el Valle de Tena, aunque Ramón Acín aclara que “podría ser cualquier otro porque las anécdotas no son exclusivamente de este valle, sino de muchos más”. Este deseo de no identificar el lugar de la acción únicamente en este valle está acompañado por el hecho de que en el libro se usen muchos topónimos reales pero no se nombre dónde están. Esto es así por el interés del autor de “no centrar la obra en ningún punto concreto que no sea el Pirineo aragonés. El escenario en el que transcurren los hechos es el Pirineo en sí mismo”. (Óscar ISARRE, Diario del Alto Aragón, 30 de Diciembre 2007).

 En "Muerde el silencio" no hay una sola historia; es una novela llena de pequeñas historias, salpicada por multitud de personajes cada cual más conmovedor. Aquí está el mozo que pierde sus mejores años saltando de guerra en guerra con el ejército colonial español; el peón que trabaja en todo lo que sale para alimentar a su prole, el aviador francés que huye de los nazis, el ingeniero madrileño que socava el valle y se lleva su mejor tesoro, el montañés pacífico obligado a construir refugios para matar, el hombre atrapado por la cazalla y rematado por la lejía, el enfermo amargado que disfruta amargando a los demás, el hombre que cambia la boina por el sombrero y la vida de señorito en zaragoza. Y detrás de ellos, mujeres; como han sido tradicionalmente las mujeres de nuestro pueblos: resistentes, sacrificadas, entregadas a su casa aun a costa de dejarse la salud y la vida. Esta es una novela emocionante de principio a fin, escrita con pasión, con intensidad, incluso con desgarro. Una novela escrita con pulcritud, con primor, con una gran riqueza verbal, pero también con ritmo y amenidad. Una novela que habla de un territorio enfrentado a cambios físicos y sociales que supondrán una ruptura total con todo lo anterior, una ruptura tan inevitable como dolorosa. Y una novela en la cual lo que menos importa es el final (Miguel Mena. "Artes y Letras". Heraldo de Aragón. 24-I-2008)

 "Ramón Acín publica Muerde el silencio (Algaida), una novela donde narra la vida de los montañeses, la existencia llena de sobresaltos de tres mujeres (abuela, madre e hija) y aborda también el conflicto entre la ciudad y el campo. Oímos el cántico de los ríos, el temblor de aire en las plantas, la resonancia de las montañas, percibimos los amores imposibles, tempestuosos, mudos como un peñasco inabordable”. (Antón Castro. Heraldo de Aragón. Huesca)

“Juan Goytisolo me dijo en una ocasión que para él un buen libro es aquél que cuando uno lo termina decide recomenzarlo. Éste es el caso de Muerde el silencio… libro lírico y contundente donde la peripecia vital de esta gente se narra de una forma neutra, aquí nadie juzga, no hay valoraciones morales, sólo están lo hechos fríos, duros, que entran como cuchillos en la conciencia casi sin darnos cuenta. Mientras leí la novela, evoqué la novela de William Faulkner, Mientras agonizo. La diferencia es que en Faulkner el paisaje es el que construye, quiero decir que es la muerte misma. Y, en cambio, en la novela de Acín es el paisaje quien invoca a la muerte. Después de leer esta novela, una tiene una fuerte impresión de que es la Naturaleza la que habla, el único superviviente, que mira impertérrito el sinsentido de los hombres y su breve lapso de existencia” (Paula Izquierdo. Letra Internacional)

“La relación de Ramón Acín con el territorio físico donde habitualmente transcurre su vida suele impregnar sus obras de imaginación. Por eso no es raro que este último libro encuadre su ficción en un espacio – el llamado Valle, a secas – que, aunque mítico, concentra muchas referencias de la montaña de Huesca y del valle de Tena, tan familiar al autor. Como se sabe, la conversión de territorios reales en míticos o literarios es antigua, pero en el siglo XX recobró mucha fuerza a través del Yoknapatawpha faulkneriano, determinante, en lengua española, de otros espacios imaginarios como el Santa María de Onetti, la Región de Juan Benet, el Macondo de García Márquez, y más recientemente el “reino” de Celama, de Luis Mateo Diez... Un territorio mítico de la literatura acota una parcela imaginaria convirtiéndola en arquetipo, reconstruyéndola de modo que, sin perder una referencia reconocible de lo real -conductas, tramas, encuentros, pérdidas– presente también un contenido simbólico. Muerde el silencio narra pues una parte de la vida de ese “Valle” que, trasunto imaginario de espacios reales en las auténticas montañas oscenses, cobra sentido simbólico a través de la mirada y de la voluntad del autor… La novela, en fin, narra estilizadamente, integrando diversos espacios temporales, una historia personal de desarraigo y perplejidad, y otra colectiva, de agonía y consunción, sobre uno de esos espacios españoles, que, acaso por no utilizar el chantaje de las noblezas históricas y no fomentar agresivamente las particularidades, han conocido el deterioro y la extinción en plena contemporaneidad. (José María Merino. Cuadernos Hispanoamericanos)

LA LÍNEA QUE COME DE TU MANO

“Las relaciones entre el Periodismo y la Literatura son una constante, al menos desde los tiempos de Larra… R. Acín, escritor y periodista él mismo, ha publicado un lucido ensayo sobre el tema. Pero aunque el tema es conocido, el tratamiento no ha sido el previsible. Lejos de comentar figuras que han practicado ambos géneros o rasgos de estilo literario imputables al periodismo, R.A. ha abordado la cuestión desde una perspectiva ideológica. El resultado ha sido una tesis provocadora y, a mi parecer, notablemente original: la de que el modelo consumista de los mass media ha alterado la literatura de raíz, hasta el punto de convertirla ya no en un género textual, sino, incluso, en una experiencia vital enteramente diferente de lo que ha venido siendo hasta ahora…” (Ángel López, Revista COMUNICACIÓN Y ESTUDIOS UNIVERSITARIOS) 

“Especialista en el mercado editorial, quiere Ramón Acín denunciar en La línea que come de tu mano –título delator donde los haya- no ya la salvaje insensibilidad del mercado, sino la asfixiante tiranía del mercadeo, que hace imposible, según el ensayista, analizar el hecho literario desde “un orden lógico al dictado de la razón”. Acín es incisivo, nada complaciente… Todos somos responsables, viene a decir, del triunfo del consumo, que mide siempre con vara interesada y vicia hasta los últimos confines de la mancillada galaxia Gutemberg.” (Antonio Losantos. El Parnaso. DIARIO DE TERUEL) 

“Los medios de comunicación –explica el autor de este ensayo- remueven la hojarasca, transforman su tradicional mensaje en ruido… Uno de los aspectos que más me gustan de este ensayo, además de su análisis riguroso, es su valentía para denunciar los vicios de determinados sectores de las letras, de todos los cuales él forma parte, aunque, por fortuna, no comparte esas desviaciones. Ramón Acín –autor, crítico, editor y, por encima de todo eso, lector- hace un ejercicio de autocrítica y detalla cómo afecta esa industrialización del libro al autor, al lector, al crítico y, en definitiva, a la literatura” (Juan Carlos Soriano. El Ojo Crítico. RADIO NACIONAL) 

El subtítulo reza Aproximación al simulacro. Y cuadra bien con el contenido del libro. Se trata de un ensayo sobre la cultura actual, la de nuestros días, en particular la novela. Se trata de una crítica densa. Pone en evidencia el que hoy la realidad no es lo que está ahí sino lo que nombra, lo que se "dice". No se trata como podría esperarse se una crítica del mercantilismo, que también lo es, sino de algo más profundo. Hay un cambio de "estética", de estilo, de modo de hacer. La superproducción de libros, en particular, que es una exigencia del mercado, ha conducido a abandonar los contenidos y favorecer los "contenedores". Los cambios de la sociedad al estabilizarse, durante la transición, ha inducido un cambio en la función de lo escrito, de relativamente provocadora, se ha llegado a exclusivamente "lúdica", de representación. La perdida de valores hace que ya no hay necesidad de hablar del bien y del mal o de lo bello y lo feo. El mensaje ya no reside en la obra, sino en el medio, medio, entonces ha de ser espectacular. De ahí que lo fundamental reside en que los autores sean conocidos, por lo que sea. Lo importante es que suenen. Junto a esto hace falta que sea noticia, anécdota más historia o reflexión. Es un ensayo duro pero que hace reflexionar sobre lo que estamos "asimilando" con "las líneas que comen de tu mano". Y nos muestra que en el caso de la novela actual se logra la uniformización del lector, preparándole así para la próxima "publicación"; una verdadera producción en serie, la del producto y la del consumidor. Un texto para pensar y repensar. (Antonio Campillo. LIBERTAD DIGITAL)

EN CUARENTENA. LITERATURA Y MERCADO

Ramón Acín reúne en su personalidad la experiencia directa de casi todos los papeles que se pueden desarrollar en el marco de lo que un importante sector de la teoría actual, de impronta empírica y reconocido pragmatismo, denomina «sistema literario». Es, ante todo, un buen lector, primero de aquellos roles que se suele adoptar, pero desde semejante función primordial ha ido ejerciendo sucesiva o simultáneamente la de creador de relatos, la de profesor de literatura, la de critico en periódicos como el «Heraldo de Aragón» o «Diario 16», y la de director de colecciones, por ejemplo las «Crónicas del alba» editadas por el Gobierno de Aragón, o revistas culturales como «El bosque». Después de haber publicado en 1991 un interesante ensayo titulado «Narrativa o consumo literario», vuelve ahora, con la presente obra, a incidir en un tipo de estudios no excesivamente frecuente entre nosotros, pero en todo caso fundamental para comprender la vera realidad de la literatura en estos momentos de posmodernidad. Me refiero a la línea trazada desde Theodor Adorno, Walter Benjamin y, en general, la escuela de Frankfurt hasta dibujar los componentes materiales y economicistas de la producción artística y literaria, línea de la que vienen expresiones como por ejemplo «industrias de la lengua» o «de la literatura» que a nadie sorprenden ya, pues reflejan una evidencia irrefutable. A ello se refiere el subtítulo de Ramón Acín: Literatura y mercado. Y el título propiamente dicho de su ensayo apunta una actitud pesimista que a lo largo de sus páginas tiene lógicamente su confirmación. La literatura está, efectivamente, en cuarentena, aquejada de males que ponen en solfa su propia esencia: en especial el predominio de los elementos económicos de la industria que alimenta sobre la libertad del creador, y el debilitamiento en el seno de la obra misma de su voluntad, en cuanto discurso verbal, de perpetuarse inalterable en el tiempo. A este respecto, Acín encuentra síntomas muy preocupantes: lo que Gules Lipovetski denomina «el imperio de lo efímero», sustanciado en textos supuestamente literarios pero realmente «de usar y tirar» a los que el novelista Javier García Sánchez ha calificado de «libros tetrabrik», y la proliferación del escritor «profesionalizado, Bajo la férrea tutela de una industria editorial que, ante todo, busca beneficios, casi único sustitutivo, muy fiel a la época, de las diversas Formas de entender, en otros momentos, la !anea de la industria cultural». Aunque a lo largo de sus exposiciones Ramón Acín venga a coincidir frecuentemente con elaborados planteamientos teóricos en la línea antes apuntada, su libro aparece liberado de estas ataduras. Amén de coincidencias parciales con la «Empirische Literaturwissenschaft» de Sigfried J.Schmidt y el grupo germano Nikol, con los llamados «polisitemas» de Itamar Even Zohar y su desarrollo desde Lovaina por José Lambed, destaca en especial la concomitancia entre la metodología implícita en estos trabajos de Ramón Acín y el desarrollo por parte del sociólogo y antropólogo francés Pierre Bourdieu de su teoría del «champ littéraire», en el que cabe distinguir el «sub-campo de la gran producción» -la literatura de consumo masivo- y el «sub-campo de la producción restringida». Estamos, en definitiva, ante una colección compuesta por siete ensayos previamente publicados en revistas como «Ínsula», «Leer», «Lucanor» o «Barca-rola», que según su autor nos adelanta son textos de circunstancias, volcados más en el resumen interpretativo de la realidad literaria que en la propia investigación, con el deliberado propósito de «más mostrar que demostrar». En este sentido, «En cuarentena» cumple cabalmente su objetivo, pues viene a ser algo así como los «informes de coyuntura» que continuamente elaboran los investigadores de la Economía para orientar la toma de decisiones financieras o políticas, adelantándose a lo que serán más tarde análisis más profundos y elaborados. La coyuntura a la que se refiere Acín comprende más o menos el período de gobierno del partido socialista en España, pues el «terminus a quo» se sitúa en los primeros años ochenta y las referencias finales corresponden a 1993-1994, con la indudable expansión inicial de nuestra literatura, tanto entre sus lectores naturales como en el extranjero, el complejo proceso de la concentración editorial ya consolidado y el afianzamiento de un sistema homologable al de los países desarrollados, regido por la regla que Ramón Acín formula así: «El consumo manda y está ávido de novedad». De los siete ensayos que componen «En cuarentena» son especialmente destacables los tres primeros. El inicial trata de la literatura y los medios de comunicación, y los otros dos de diferentes aspectos de las difíciles relaciones entre la creación literaria, la industria y el comercio. En el capítulo quinto Ramón Acín examina el campo de nuestra novela actual a la luz de sus conclusiones previas, y confirma su diagnóstico de trivialización y banalidad al encontrar en ese género rasgos tales la huida de la realidad inmediata, la frivolidad y falta de sustancia o el refugio en el yo. Pese a su marcado pesimismo, no deja de proponer soluciones que serían algo así como el tratamiento imprescindible para que el paciente saliese con éxito de su cuarentena: la atención al lector selecto; la revitalización de la lectura en un mundo devaluado culturalmente, para lo que considera insustituibles la familia y el sistema educativo; la rehumanización de la enseñanza «lanzada hacia los "totems" de la tecnología y de la ciencia práctica»; el empleo de la televisión y la Prensa al servicio de todo ello, y la vigorización de las bibliotecas abiertas al público. La obra se completa con tres piezas más, dedicada la primera de ellas a trazar un panorama del cuento español entre 1975 y 1990, trabajo escrito para una benemérita revista de Pamplona, «Lucanor», que mantiene encendida la antorcha de este género ceniciento pero profundamente literario, y dos panoramas finales, más noticiosos que valorativos, correspondientes al desarrollo de nuestra literatura hasta ya entrados los años noventa. Pese a su condición de libro facticio, desprovisto de unidad a priori, y pese también a cierto faprestismo del que adolece su escritura («Finalmente, apuntar que el gran debate en la contabilidad de los suplementos literarios...», «los sempiternos problemas que han acompañado siempre al sector industrial del libro literario...») y su sucinto aparato documental (el coautor, junto a Ramón Hernández, de la antología citada en la página 73 no es García, sino González del Valle), «En cuarentena», de Ramón Acín, representa un testimonio muy apreciable de nuestra actualidad cultural, escrito desde una atalaya que intenta armonizar lo apocalíptico con lo analítico. (DARÍO VILLANUEVA, ABC literario)

LOS DEDOS DE LA MANO

“El crítico altoaragonés Ramón Acín ofrece un jugoso estudio. En él analiza con inteligencia y exhaustividad la atmósfera kafkiana de Tomeo, las mitologías cinéfilas y universitarias de Conget, el ámbito de sugerencias de Soledad Puértolas, la concisión inquietante de Pisón y los relatos sombríos de José María Latorre” (Antón Castro. La Cultura. EL PERIÓDICO DE ARAGÓN)

APROXIMACION A LA NARRATIVA DE JAVIER TOMEO

“No es un estudio destinado al gran público -¿es realmente Tomeo un escritor para el gran público?-: hay demasiada nomenclatura, aunque a cambio la cuidadosa edición nos ofrece un repertorio exhaustivo de interpretaciones, que tratan de resolver la difícil dicotomía de absurdo frente a lógica, dos extremos por cuyos atajos intrincados se desenvuelve Javier Tomeo a las mil maravillas, con elevadas dosis de expresionismo, deformación, simulación y otras virtudes cuya funcionalidad detecta y examina Ramón Acín con alarde de entomólogo” (Antonio Losantos, El Parnaso. DIARIO DE TERUEL)

MANUAL DE HÉROES

“A través de estas tramas -puro pretexto significativo- Ramón Acín perfila un sorprendente lenguaje caracterizado por el arcaísmo neobarroco, la abundancia de neologismos y un sarcástico distanciamiento, para llegar a sí a la síntesis de un texto que va más allá de la simple narración de hechos y anécdotas, instalado en una simbología de la decrepitud que –lejos de la languidez decadentista- tiende a un malditismo propiamente hispánico, entre las figuraciones de Gutiérrez Solana y las imaginerías goyescas… Ramón Acín configura el entramado de una narrativa profundamente elaborada, conceptista en la aceptación más coloquial del término. Prueba, una vez más, de que la auténtica originalidad se encuentra en la creativa transgresión del modelo clásico, representado aquí por el realismo decimonónico al que siempre, felizmente y por la fuerza, se acaba por volver”. (Jesús Ferrer Sola. QUIMERA)

 “Nos encontramos con una voz muy personal. El narrador, en todos los cuentos, se sitúa como eje de la narración. Unas veces en primera persona supuestamente autobiográfica, otras en tercera, pero lejos del objetivismo. Muy al contrario, este narrador se erige en director de orquesta que destaca voces, matiza opiniones, acota intervenciones, introduce sus propias observaciones. Actúa como el gran mago que todo lo domina” (Carlos Galán. ALERTA) 

Manual de héroes es el primer libro de relatos de Ramón Acín. La mención del caso narrado en cada ocasión y el carácter autobiográfico de varios de los cuentos, lo acercan al lazarillo en un intento autojustificatorio de una realidad degradada (degradación humana, intelectual o física)que es el tema central de unos cuentos en los que triunfa la ironía y el sarcasmo. El narrador nos engaña o nos guiña su ojo avizor, indolente o escéptico. Los héroes son la sombra de su propia idea, el sueño del descontento. De ahí que, lejos de asentarse en el sistema social en el que están inmersos, los veamos como seres marginados y propugnen contravalores, semejantes a las de la novela picaresca (Antonio Pérez Lasheras. Universidad de Zaragoza)

LA VIDA CONDENADA

“Ramón Acín escribe cuentos porque parece que el tiempo no le permite escribir novelas. Por eso sus personajes callan más de lo que dicen, porque algo en el pasado les ha robado la vida. Escritura del desencanto. Con mucho del Saura que guarda el libro. De Saura y de Goya, sobre el que trabajo Saura. La luz de Kafka que lo rodea todo, personajes poseídos por un extraño pecado del que no podrán librarse y cuya única solución es relatarlo una y otra vez. Y lo mejor es reírse del pecado. No ser un K cualquiera, resignado. La literatura de Ramón Acín es como un cuadro de Baselitz. Y el expresionismo literario ha ido ligado a la pintura. Los dibujos de Kafka y los escritos de Grosz. La vida condenada relata vida: tan bien contadas” (Félix Romeo. EL PERIÓDICO DE ARAGÓN)

“La vida condenada no es un libro fácil ni pretende serlo. Su lenguaje es denso, ricaz, muy consciente de su artificio y de sus riesgos y por tanto discutible. Acín propone una restauración de la lengua literaria, un retorno a la pureza del Siglo de Oro y la expresividad de la novela picaresca. El libro posee una corriente de ternura, de compasión y de fatalidad, y acrecienta la intención y la originalidad de la obra de ficción de Ramón Acín, un autor cuya producción hasta el momento aparecía inscrita en la esfera de la crítica, la divulgación y el ensayo. El monstruo que nos habita es una criatura malherida por el desgarro, una pena inconfesable o, como sucede aquí, por una desolación sin resquicios. El monstruo somos nosotros, condenados por el inexorable vacío de soledad” (Antón Castro. Libros. El PERIÓDICO DE ARAGÓN)

LOS QUE ESTÁN AL FILO

“El escritor aragonés Ramón Acín divide esta colección de relatos en tres apartados (enfermedades, sueños, historias irreverentes) que son, en realidad, una misma manera de hacer equilibrios en el alambre de la vida; son todos ellos, los protagonistas, insólitos, extraños, seres que “están al filo”… que se exponen en estas páginas en busca de la comprensión del lector” ( J. Goñi. Babelia, EL PAÍS).

“Un libro de indagaciones inquietantes sobre unas vidas –arrancadas de la vida cotidiana, de los sueños y de la historia- que imantan al lector, especialmente en los momentos de vértigo en el que bordean y aún llegan a traspasar con frecuencia el meridiano más generoso de la normalidad. Quizá porque… sólo en esos contados momentos de intensa extrañeza es digno de merecer la atención del narrador y de interesarnos como lectores” (José Luis Calvo. Revista TURIA)

“Ramón Acín separa lo cierto de lo impreciso haciendo gala a veces de la mayor sutileza… es un escritor travieso y de los que dan categoría inteligente al receptor, de manera que éste sea quien reelabore las historias que en absoluto se le dan deglutidas. Y eso hay que agradecer, y anotar en el haber de Acín” (Vicente Araguas. REVISTA DE LIBROS)

HERMANOS DE SANGRE

Hay dos maneras de escribir la palabra historia: con la hache mayúscula de los acontecimientos que viven en los manuales v con la minúscula de las aventuras y desventuras privadas, que suelen acabar en el olvido. Pocos autores logran reunir las dos en una misma obra. Ramón Acín es uno de ellos, y por esa razón sus libros, además de emocionantes, son necesarios, porque nos recuerdan que escribir es rescatar la verdad de entre las sombras en que la esconden los soldados de la ignorancia y la mentira. (Benjamín Prado) 

“Los catorce cuentos de Hermanos de sangre son otros tantos asedios a la vivencia de la realidad. El resultado de las experiencias mostradas es poco positivo. La vida va desde el dolor, el miedo, el deseo o la frustración, hasta lo incomprensible, pasando por el determinismo de las circunstancias. Esta relativa variedad de las piezas dentro de un fondo unitario se da también en la forma. La presencia de ciertas figuras (niños, abuelos, un misterioso primo) o escenarios (cementerios) funciona como un nexo. En unas piezas predomina la emoción y en otras se impone lo analítico (a esto se deben los pronombres Él o Ella con mayúscula en sustitución del nombre de diferentes personajes). El realismo casi localista, tal como gustaba a otro autor de la tierra, Sender, se empareja con un antinaturalismo verbal. En suma, nos hallamos ante un acertado juego de vínculos y contrapesos que pivota sobre la creencia de un personaje que, sin duda, asume el propio autor. En conjunto, Acín nos brinda con estas intensas historias un valioso asedio a la naturaleza humana estimulado por un impulso vital básico: la rememoración” (Santos Sanz Villanueva. El Cultural. EL MUNDO) 

“Borges dijo que hay dos tipos de narradores, los que todo lo fían a la expresión, y los que buscan ese silencio que crece al borde de las palabras. Los primeros querrán convencernos del atrevimiento de sus ideas, de la audacia de sus juicios, del poder incomparable de su estilo; la búsqueda de los segundos será acercarse a ese silencio que hay siempre más allá de lo que se cuenta. Ramón Acín se atreve con ese silencio. Por eso sus relatos nos conmueven… Recordamos los relatos de nuestros padres pero aún más lo que callaban. Y eso ha hecho Ramón Acín al escribir este puñado de relatos: dejar espacio para que ese relato tanto tiempo silenciado pueda escucharse. John Berger dijo que la literatura era el lugar del perdón. Los relatos de Hermanos de sangre nos dicen que es posible encontrar un lugar así, un lugar desde el que empezar de nuevo. Basta con ser fieles a las historias que viven en nuestro corazón” (Gustavo Martín Garzo. CUADERNOS HISPANOAMERICANOS)

“Ramón Acín, autor entre otras obras de La marea y Cinco mujeres en la vida de un hombre, tiene interés por exorcizar las broncas familiares y las luces y las sombras de un pasado cuchicheado, pues sin someterá sus personajes a examen de conciencia hace buena la crónica sentimental que provoca el odio, ya venga de una guerras o de unos perversos desencuentros… Hermanos de sangre es un manifiesto contra el horror a odiar y ser odiado por el más próximo que es al fin y al cabo quien más dolor provoca” (María José Obiol, Babelia. EL PAÍS)

“Siendo completamente distintos, recomendaría los volúmenes de Ramón Acín (Hermanos de sangre, Páginas de Espuma) y Montero Glez (Besos de fogueo, El Cobre), cuya prosa se ajusta a la perfección a lo que desea contar...”

                               Fernando Valls. La narrativa española en el 2007. Ínsula, nº 735, Marzo, 2008

LA MAREA

“Unos pocos personajes, un decorado claustrofóbico y una trama sutil han bastado a Ramón Acín para componer esta novela desasosegante, que, paródicamente, bien pudiera haberse subtitulado “Cumbres borrascosas, aunque nada tenga que ver con el folletón de Emily Brönte. Ramón Acín parece sentir una irreprimible propensión a hurgar en las heridas, a iluminar las zonas más oscuras de la conciencia, a bucear hasta llegar al fondo de la naturaleza humana. Tal vez sea ese el motivo por el que sus novelas dejan, en quien tiene el valor de apurarlas hasta la última línea, una profunda resaca” (J.J. Ordovás. Artes y Letras. HERALDO DE ARAGON)

“Nostalgia, desamor, retorno a la infancia, obsesiones, sexo, ficciones…por la cabeza del protagonista de La marea circula una corriente agridulce, un intento cada vez más imposible de rescatar la propia estima, la fe en sí mismo, la creencia en la posibilidad de un amor tras el abandono de una mujer, Elisa, que le ha marcado la vida. El protagonista parte tras ese desengaño a encontrarse consigo mismo a un lugar apartado de veraneo de montaña, un lugar que se convierte en una cárcel apenas rota por la lectura y el deseo. Acín juega en esta historia con la realidad y la ficción para contarnos la angustia cotidianas de un ser incapaz de superar su destino” (Revista LEER)

“Él es un hombre sin horizonte ni futuro de poco más de treinta años que ha visto naufragar su efímero matrimonio con Elisa. Percibiendo un fracaso vital que no quiere asumir, huye a un poblacho del Pirineo, renunciado a la plaza que ganó en unas oposiciones... Ella es una mujer alocada con labios en forma de corazón, que trabaja en el almacén del pueblo. Ella es la esperanza de una nueva vida, pero también una amenaza, y el pueblo puede ser un lugar tranquilo donde buscar sentido a la existencia en los recovecos del alma o un infierno asfixiante y fantasmal… Acín juega en La marea con los espejos de la realidad y la apariencia a través de un monólogo interior con el que el protagonista explica su tránsito hacia una vida consagrada a la venganza” (A.P.F. Babelia. EL PAÍS)

CINCO MUJERES EN LA VIDA DE UN HOMBRE

“Extraña sensación, días raros, nieve matinal a finales de marzo, con toda la moda en los escaparates, días para refugiarse a leer la última novela de Ramón Acín, Cinco mujeres en la vida de un hombre mientras se hunde el mundanal. RA ha cincelado un artefacto criminal en forma de cuentos devorables, que forman una novela o una clase de anatomía sicológica del posthumano actual, una piltrafa adorable…” (Mariano Gistaín . EL PERIÓDICO DE ARAGÓN)

“Son cinco mujeres en la vida de un personaje sólido y bien construido, pariente cercano de los antigregarios “maziellos” del mundo de Tomeo. Cinco piezas fundamentales en el engranaje de una narración que funciona de principio a fin” (Cristina Grande. HERALDO DE ARAGÓN)

SIEMPRE QUEDARÁ PARÍS

“La épica del maquis, su fulgor, su gloria y posterior olvido oficia como tema dominante en esta novela coral, la última del escritor aragonés Ramón Acín, cuyo epicentro narrativo va paulatinamente orientándose hacia la tierra que mejor conoce: el Pirineo… Novela dura, sin florituras ni concesiones, sin adornos ni regalos. Fría, conmovedora, violenta. Como debió de serlo la historia de aquellos hombres perdidos en la frontera del tiempo” (Juan Bolea. EL PERIÓDICO DE ARAGÓN)

“Ésta es la historia de un fuego. El autor lo prende con una novela de cadencia reposada, al ritmo de los pensamientos de quienes regresan al hogar, plenos de dudas, meditabundos ¿Se sublevará el pueblo, ahora que el fascismo ha perdido su primacía en Europa? Un fuego con sus tres fases... Libro de lenguaje escogido, no por ello retorcido, milimetrando verbos y sustantivos: casan cual pieza de rompecabezas, graduando adjetivos y perífrasis, dosificando la tensión narrativa con conocimiento de causa. No en vano, Acín sabe perfilar lo que el mismo definió, libros ha:”las sentinas de cada cual”, esto es, las catacumbas del sentimiento humano. Preside en la obra la captación psicológica de cada uno de los personajes, las distintas vertientes desde las que se divisa un mismo problema” (Amadeo Cobas. Artes y Letras. HERALDO DE ARAGÓN)

Tengo entre mis manos el último libro de Ramón Acín, Hermanos de sangre. Es una obra compuesta por catorce relatos sobre la guerra civil, la posguerra, los Pirineos y el viaje. Todavía no los he leído. Sólo me he limitado a hojear el volumen y espigar algunas frases y algunos episodios. Los saborearé durante el próximo periodo vacacional, como he saboreado aneriormente algunas de sus creaciones literarias. La lectura de su última novela, Siempre quedará París, me llenó de satisfacción y me ayudó a descubrir el mundo turbulento y angustiado del maquis en el Pirineo aragonés en la difícil década de los cuarenta. Ramón vuelve de nuevo al Pirineo, regresa a su tierra, se reconcilia con sus raíces. Sus historias siempre nos estremecen y nos dejan un poso agridulce. Porque el recuerdo se convierte en ocasiones en una catarsis y la memoria, en un rosario desdichas. Algunos opinan que hay que leer para evadirse o para olvidar. Pero en las obras de Ramón Acín el olvido es sólo una metáfora. Porque casi siempre surge el pesimismo, la fatalidad, la hostilidad y el misterio. Un misterio que, en ocasiones pugna por restañar las heridas del pasado y logra burlar el fantasma de la muerte. Son historias vividas o imaginadas, entre la realidad y la ficción. Historias de víctimas, ecos de un mundo afortunadamente sepultado. Aunque, por desgracia, siempre reaparezcan en la vida real los mismos fantasmas, las mismas rencillas, los mismos enfrentamientos. Es la materia eterna de los sueños. O de la ficción más profunda.
José María Marco (jueves, marzo 22, 2007, Josemarco.blospot.com)

TERROR EN LA CARTUJA

“Que yo sepa es el primer libro juvenil de Ramón Acín, profesor y autor altoaragonés afincado en Zaragoza, hombre de oficio, de prosa elegante, difícil, que sin embargo, sabe en ocasiones bajar a la arena de la novela amable y asequible. Terror en la Cartuja es el pésimo título –eso sí: muy explicativo- de un relato que se lee de un tirón, lleno de acción y descripciones intensas y, al tiempo, estupendamente bien documentado, localizado en La Cartuja de la Concepción de Zaragoza… Esta historia fue hilvanada hace ya muchos veranos, cuando noche tras noche se la iba contando a su hija. Ahora, rescatada y revisada, conforma un buen ejemplo de literatura juvenil tal como yo la entiendo: La que no sólo gusta a la gente joven. Por si fuera poco, las ilustraciones de Tha, le van como anillo al dedo, cosa no muy habitual” (Fernando Lalana, escritor. ESTELLA LEE)

EXTRAÑOS

“Ramón Acín ha realizado un tour de forcé nada fácil. Experimenta estilo y voces, usa paisajes, páginas ajenas, impresiones, huellas de ceniza. La eficacia del texto se evidencia más cuando emplea un lenguaje seco y ceñido, y aplaca su tendencia a las frases largas y subordinadas. He aquí un libro osado, a contrapelo, incómodo, difícil y a la par sugestivo, que construye un paso delante de su autor y una inflexión en su carrera de creador de ficciones, cada vez más apreciada, como se verifico en la acogida crítica de Los que están al filo (DVD, 1999)” (Antón Castro. El escaparate. EL PERIÓDICO DE ARAGÓN) 

El desencuentro entre el deseo de ser escritor y la incapacidad de escribir ha dejado algunas muestras de gran literatura. Quizás una de las mayores sea el Orlando de Virginia Woolf Orlando vive durante cinco siglos -del XVI al XX- y cambia de sexo -pasa de ser varón a ser mujer- escribiendo una obra «La encina» y conociendo la ignorancia, falsedad e hipocresía que rodea el mundo de la creación literaria. Ramón Acín ha elegido este mismo tema para su primera novela, «Extraños». Un extraño escritor, que sólo consigue tintar de vino sus blancas cuartillas, viaja por míticas ciudades mediterráneas buscando inspiración: Barcelona, Trieste, Túnez, Tánger, Alejandría, Tel-Aviv. llevado por la atracción de los grandes escritores que han llevado a esas ciudades al paraíso de la cultura literaria -Joyce, Svevo, Forster, los Bowles, Durrell, Ungaretti, Cavafis- ese escritor sólo consigue profundizar en su fracaso y su confusión. Fracaso y confusión son síntomas de una grave enfermedad: la enfermedad literaria. La relevancia y la originalidad de la novela de Acín consisten precisamente en presentamos el proceso de la creación literaria como enfermedad y al escritor como paciente. Fue Foucault quien explicó que la Modernidad había dejado de ver la enfermedad como algo ajeno al enfermo, extraíble mediante la consiguiente purga o sangría. Para el espíritu moderno la enfermedad es un modo de fundar la noción de identidad. No existe el hombre sano, sino el individuo que no ha sido convenientemente examinado. Esa es la revelación del nacimiento de la clínica. Pero la lección de Foucault va todavía más lejos, para dar de lleno en el dominio literario. La experiencia del dolor y de la enfermedad desborda el lenguaje para alcanzar la experiencia de lo inefable. La lucha contra la inefabilidad construye el sujeto individual. Y esa es la tarea que desarrolla «Extraños». Ahí está su mérito. No sólo concreta ese proceso personal de lucha con lo inefable sino que contempla el fenómeno como un problema que va más allá de la esfera individual. Ese individuo problemático, que ha abandonado a su mujer y a su hijo y que no puede librarse del fantasma dominador de su madre, es víctima de una gran debilidad: la propensión a creerse la aureola, generalmente vacua, de las palabras. Y cree que asimilando esa aureola podrá ser Dios. Pero esa creencia en la palabra seductor a sólo le lleva a la decepción y al fracaso. Las ciudades míticas no presentan tesoros de la imaginación literaria por descubrir sino degradación y suciedad. Incluso el mestizaje de culturas de la milenaria Alejandría apenas resiste. La grandeza mítica se ha desvanecido. Los escritores que han creado esos mitos siguen siendo grandes. Y Acín les rinde el tributo de la estilización. Pero pensar que la creatividad literaria puede limitarse a la estilización es un error y esa es otra de las lecciones que aporta esta novela. «Extraños» se construye nove_listicamente en dos planos, en dos contrastes: el contraste entre el viaje y el diario, por un lado, y el contraste entre el drama de la enfermedad literaria y la comedia policiaca que lo enmarca. El primero de estos planos reúne las dos líneas sobre las que ha cabalgado la narrativa de Acín: la estilización y el diario. Los relatos de viajes son estilizaciones de los autores viajeros. En palabras del novelista, son travestismos a la búsqueda de una identidad con la que curar el mal de la vida. El contrapeso de estas estilizaciones son los diarios en los que, además de constatar la imposibilidad de crear a partir de estilizaciones, se reivindica el viaje interior, buscando las causas de la frustración que nos hace personas. La conclusión de es te primer plano es la necesidad ineludible de crecimiento interior y, por tanto, de veracidad. Esta necesidad debe vencer la tendencia a la mitificación y al autoengaño, la tendencia a dejarse someter por una quimera: la de la necesidad de viajar, de ser alguien en los territorios de los demás. El segundo plano opone la enfermedad literaria a la enfermedad social. El bloque de la enfermedad literaria (los diarios, los relatos de viajes, las fa-bulas que conectan con anteriores relatos de Acín...) se ve replicado por una linea policiaca. El escritor fracasado es tomado por un peligroso agente terrorista y resulta víctima de una confabulación de mezquinos intereses del contraespionaje, lo que lo convierte en personaje de otra ficción. Esta línea tiene un innegable sentido satírico. La cara más mezquina y ridícula de la vida tiene aquí su sitio. El idealismo de la creatividad cede aquí su lugar a la miseria de una sociedad ruin, sin otra meta que no sea la supervivencia. Esta trama policial termina con el escritor fracasado sometido a juicio y encarcelado, es decir, destruyendo el esfuerzo por construir una identidad, la identidad del creador. Esta es otra de las conclusiones de «Extraños». Es la miseria y ruindad de la sociedad la causa de la rareza y de la debilidad del impulso creador. El escritor es el paciente, pero la enferma es la sociedad. Como afirma la última frase de la novela, la endeblez de la existencia humana depende de que el ser humano, para llegar a serlo, necesita reconocerse en los otros. (LUIS BELTRAN ALMERÍA, Heraldo de Aragón)

SECRETOS DEL TIEMPO ESCONDIDO

Las fusiones de narrador e ilustrador siempre han dado exquisitos frutos en Aragón: Arguilé-Nesquens, Sipán-Sanmartín, Cano-Castro... A esta breve y no cerrada lista de ejemplos hay que añadir dos nombres más: Ramón Acín y Mariano Castillo. En este tipo de uniones, los dibujos (en este caso los grabados) deben definir perfectamente el texto, porque van a comerse parte de la libertad del lector, dado que le imponen las imágenes con las que ilustran cada acción. Es I imprescindible, por lo dicho, que el nexo entre ambos artistas sea común, para que la obra parezca emanada de una única mente. De lo contrario, ambos trabajos se estorbarían. Entre Acín y Castillo existe una comunidad de ideas que ha limado cualquier aspereza (nada cuesta imaginarlos en el taller del grabador, debatiendo sobre una mesa enorme, a la vera del tórculo ocioso, pergeñando páginas entre risas y porfías). Precisa el libro en su portada "Cuentos para ser contados". En efecto, este compendio implica a los padres para que lean los cuentos a sus hijos. Es fundamental que aprovechen dichos progenitores para representar los relatos, tirando de la imaginación de Acín ("Feria del Miedo Cocón") y de sus descripciones. Facilita la tarea su lenguaje cercano ("no sabía ni papa", "era la pera"), donde proliferan tópicos visuales ("aburrirse como una ostra", "más seca que una pasa") y las enseñanzas para engatusar a los pequeños de la casa ("la ley de los duendes", "cómo convertirse en cocón"). La riqueza de la palabra de Ramón Acín no acaba aquí. Su rendición de homenaje a la tradición oral, a los cuentos que él escuchaba de niño, se derrama en un recorrido por los ríos, montañas y valles pirenaicos, fabulando el porqué de sus formas. La geografía no es un capricho de la naturaleza, tampoco han tenido nada que ver en sus transformaciones los distintos elementos geológicos. La belleza que hoy se contempla con arrobo ha sido configurada por ombres grandizos, duendes, culibillas y demás seres del imaginario aragonés. Hay que decir, por otra parte, que los cuentos no son propiedad de ningún pueblo en exclusividad, sino que se repiten por doquier, con variaciones mínimas. Su grandeza radica en que no conocen de fronteras. Las hadas (almetas buenas que velan el sueño de los soldados, cuando se duermen en su turno de guardia, avisándoles al menor peligro), los genios que conceden tres deseos, los gigantes de aspecto fiero y corazón dulce ("un cocón llamado Lito. Era grandón y feo, pero bondadoso"), la belleza injustamente castigada por la envidia... Los relatos, que hablan de "los tiempos de Maricastaña", contienen las notas propias del género, para atraer el exigente publico al que van destinados: la personificación de los accidentes orográficos, los viajes iniciáticos, cierto deje de melancolía derivada de amores imposibles, y las onomatopeyas y el lirismo que componen la forma de escribir del autor: "Cuando al sol le da por ser más vago y por acostarse más tarde". Finalmente, Mariano Castillo tiene poco que demostrar ya. Sus grabados han sido reconocidos internacionalmente. En este caso cuenta con el acierto de la editorial Prames, en una colección en la que han optado por un formato de libro en vertical, que luce más, si cabe, su trabajo. La luminosidad preside en lo que ha brotado de los moldes de cinc (grabados que están expuestos al público durante el presente mes de abril, en Ámbito Cultural de El Corte Inglés). La ternura que irradian Uñazas o el hijo del Onso hace que, en vez de dar miedo y convocar pesadillas, congreguen plácidos sueños en los pequeños. No se puede decir que complementen lo escrito, sino que lo realzan y le hacen cobrar vida en una segunda lectura, que es abundante y deliciosa ya desde las guardas, en las que un mapa sitúa el lugar en que transcurren los hechos, para que no quepan dudas. En definitiva, equilibrio de texto de Acín e imagen de Castillo, sabiamente contrapesados, sin restarse importancia, en un intento por rescatar de las garras del olvido estas historias conmovedoras, esos secretos del tiempo escondido, que no tienen base cientifíca alguna y por ello no pueden haber existido. ¿O sí? (Amadeo Cobas. Artes y Letras. HERALDO DE ARAGÓN)

AUNQUE DE NADA SIRVA

“Obra de estructura y contenido situados a caballo entre el ensayo breve, el dietario autobiográfico, el texto periodístico y la literatura de viajes, Aunque de nada sirva refleja en sus páginas, junto a observaciones directas de la realidad, el choque entre un pasado cultural cercano y un presente destructor de la tradiciones de aquel” (Juan Manuel González. DIARIO 16) 

“Ramón Acín hace en este libro una elegía por la muerte de los paisajes del Pirineo Central… y al mismo tiempo hace un canto sobre las personas que allí viven, la fuerza de los elementos naturales del paisaje, los pensamientos que le sugieren a él, un hombre que busca su origen, la inmersión en la Naturaleza. El libro relata un viaje, pero no se queda tan sólo en la descripción de la tierra sino también, y quizá sobre todo, en la relación entre ese universo y los elementos de la cultura que el viajero ha asimilado en otras tierras, otros paisajes, en una permanente cita de personas y hechos, desde la llegada a la Luna hasta los ensueños de Leonardo de Vinci” (Revista LEER)